lunes, 22 de junio de 2009

Y se acabó.

Me miro al espejo y casi pregunto con miedo: '¿Quién soy?'
Ojos ireconocibles, sonrisa desconocida, brillo olvidado y aquel sentimiento acompañante que casi me permitía vivir en paz. Y la sombra; aquella sombra que apareció de la nada y me sorprendió, a la vez de forma arrogante pero transmitiendo una dulce sensación, hasta llegar a un punto de apenas reconocimiento de mí misma.
Aquella sombra me cambió, hasta el punto que llegaron a pasar ideas disparatadas sobre sentimientos nunca existentes; me reconfortaba y me hacía sentir en el cielo; llegué a tocar las nubes y me tumbé sobre ellas, notando el tacto de terciopelo entre mis dedos, acunándome con su dulce voz.
Pero un día desapareció; se esfumó. Comenzó a jugar al escondite. Cual Peter Pan, busqué en cajones y armarios, pero nunca volvió a aparecer; ni tan siquiera para disculparse, ni tan siquiera para decirme 'adiós'. Simplemente, se fue y no volvió. Me dejó incompleta, olvidada en el fondo del baúl de los juguetes. Y yo no quería salir; prefería conservar mi soledad y pensar que con ella me sentía más yo.
Porque en la oscuridad no hay luz.
Porque la luz reflejaría la diferencia.
Y entonces, en ese momento, explotaría cual globo.

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